jueves, 11 de agosto de 2011

Acercarse, ornitorrincos y resistencias

Hace un par de años, Felix Albo nos enviaba textos de otros narradores y narradoras que le habían hecho pensar. Nos envió uno de Virginia Imaz, una reseña autobiográfica estupenda. Me dió mucho qué pensar. En aquel momento escribí esto que ahora copio, porque me resulta de nuevo pertinente:

"Me encanta esta reseña autobiográfica de Virginia. Divertida. Inteligente. Me gustan muchas cosas y creo que da para hablar bastante. De los comienzos y de estar en la periferia de la periferia, como señaló Pep, por ejemplo. Mirad estas dos frases: "Ser payasa me hizo conocer el arrabal del suburbio de la marginalidad de la periferia del teatro, que ya es de por sí bastante residual", "pasé de ser una maestra con ínfulas escénicas a tener ínfulas a secas". Qué importante es no tomarse demasiado en serio a sí mismo. Y qué bonito eso de hacer un oficio del hecho de que nadie te tome en serio. Pero creo que me apetece pensar sobre todo en la resistencia: "ser artista, tiene que ver con una resistencia íntima e indesmayable a cualquier intento de ser etiquetado". Acabo de leer en un texto de Berger (Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible) que pintar es un acto de resistencia que puede crear esperanzas. Las dos reflexiones se me han mezclado.

Los seres humanos necesitamos clasificar, poner orden, y esto es bueno. Pero a veces se nos olvida que el orden es algo que nosotros hacemos, no algo que venga dado. No es la condición de la existencia. Buscamos un orden: divino, racional, moral... Queremos que la vida, el mundo, sean claros y tengan significado. Y en esta búsqueda que nos lleva a veces a caminos muy hermosos, como contar cuentos por ejemplo, nos confundimos y creemos que el orden que encontramos, que inventamos, es el único posible, que es la realidad. Que es lo que hay. Confundimos las clasificaciones que hemos inventado para entender la realidad con la realidad misma. No sé si alguna vez os he hablado del famoso caso del o platipo. Ese animal rarísimo, del que me he enterado ayer viendo la tele (sí, veo concursos para comer si como sola) que además es venenoso. El ornitorrinco es una colección de rarezas: un mamífero con pico, que pone huevos y es venenoso. Tan raro es que cuando los científicos tuvieron las primeras noticias de su existencia pensaron que eran mentiras de viajero. Y como el animalito soportaba mal los viajes desde su Australia natal hasta las sociedades científicas de Inglaterra, se puso en duda que realmente hubiera un bicho tan raro. Desde 1798 hasta la última década del siglo XIX el ornitorrinco causó problemas. La principal objeción del mundo  científico era sencillamente que un animal así no encajaba en los libros de texto, que no tenía un lugar en la tabla de Linneo. Y si no tenía un lugar en la tabla, no podía existir. Pero existía. Y hasta que alguien le inventó una clasificación aceptable, que no destrozara la de Linneo, los científicos sufrieron enormes dolores de cabeza. Admitir que las etiquetas nos valen pero que son provisionales y hay que estar preparados para tirarlas a la basura o reformularlas es algo que nos cuesta mucho. Puedo imaginarme perfectamente a Virginia, mucho más que cualquiera de nosotros, metida a ornitorrinco. Incomodando con su sola existencia. Y haciendo del incómodo hecho de existir un acto de resistencia, o sea, una demostración de que las cosas son o pueden ser de otra manera.

Berger dice que "cuando la imagen pintada no es una copia, sino el resultado de un diálogo, la cosa pintada habla, si nos paramos a escuchar." Y añade que esta colaboración entre lo que se pinta y el  pintor, entre la cosa pintada y quien mira, nos permite reconocer la existencia del mundo y sentirnos reconocidos también por él. Nos sentimos acompañados. Acompañados y resistiendo contra quienes anulan el diálogo y lo sustituyen por la búsqueda de beneficios. Es muy hermoso y me conmueve que hable de la pintura como a mí me gustaría saber hablar de nuestro oficio. Mirad esto:
"Cuando una pintura carece de vida se debe a que el pintor no ha tenido el coraje de acercarse lo suficiente para iniciar una colaboración."
Y más adelante añade:
"Acercarse significa olvidar la convención, la fama, la razón, las jerarquías y el propio yo. También significa arriesgarse a la incoherencia, a la locura incluso. Pues puede suceder que uno se acerque demasiado y entonces se rompa la colaboración y el pintor se disuelva en el modelo. O el animal devora o pisotea al pintor."

Me divierte ahora pensar que acercarse puede ser también entrar por la puerta de servicio. Que es una forma interesante de hacerlo. Qué misteriosas son las puertas de servicio. Cuando las abres y entras por ellas, llegas a la cocina directamente. Como cuando entras por la puerta de artistas a un teatro: sabes que vas a entrar en las tripas, que por ahí se va al escenario. Te acercas tanto que no ves lo que normalmente se te ofrece para ser visto, ves el detrás, la trampa, el decorado falso, la basura en la cocina, el fogón sucio. Ves lo que habitualmente se escamotea, todo el trabajo y la colaboración y la gente que hace falta para llevar un plato bien servido a la mesa.

Acercarse, en nuestro periférico, barato, adaptable, resistente oficio, es el riesgo y la ley. Es aquello con lo que no cuentas si sigues el espejismo del teatro "fácil". Es lo que te pone en peligro de ser devorada, o de disolverte en el público.

Acercarse, desbaratar las etiquetas, ornitorrincos y puertas de servicio. Resistencias íntimas. Seguramente, el lugar extraño donde vive lo que hay de irreductible en lo que hacemos, en lo que somos."


Magda