miércoles, 25 de mayo de 2011

Escuchar


Hay una foto de hace muchos años que me encanta. Es esta:

La hizo Agustín, que en aquel momento hacía un seguimiento exhaustivo de las funciones de narración oral en Madrid. Estoy de espaldas, contando. Fue hace ya tiempo y cuando recuerdo tengo la sensación de remontarme casi a mi infancia. En verdad fue mi infancia como narradora. Pero la foto no me gusta por eso, no se trata de nostalgia, no es del pasado de lo que quiero hablar, ni del tiempo y lo rápido que pasa, ay.
Lo que me interesa de la foto son los rostros. Lo que cuentan. Esta es una foto de lo que pasa cuando se escucha. Y lo que pasa es que pasan cosas, muchas cosas. Cada rostro habla: uno parece particularmente iluminado, la sonrisa expresa sorpresa, placer, algo de abandono infantil; otro es relajado y abierto; en otro hay una sonrisa tímida. Hay algunos serios, abiertos no obstante a lo que sucede, no hay rechazo en ninguno. (Uf, menos mal). Hay confianza. Hay expectación. Se ve que escuchar es una acción que produce emociones y pensamientos. Que mueve. No es algo pasivo. Quien escucha responde siempre. Una respuesta que no está hecha necesariamente de palabras, pero que incita, espolea, anima, a quien habla. El público de quien cuenta historias son caras que miran. Miradas, emociones que te golpean casi físicamente, silencios de extraña cualidad. Habría mucho que hablar sobre ese silencio atento y abierto que a veces tememos. Habla de la calidad de nuestra escucha, la de quien narra. Aprender a escuchar no es sólo una tarea del público. De hecho, es una tarea ineludible de quien cuenta. Sin la capacidad de escuchar y responder a eso no hay narración oral. ¿Qué es responder a la escucha? No, desde luego, dar siempre lo que se espera, o ponerlo fácil. Es saber lo que sucede y tomar decisiones respecto a eso. Decisiones (a veces incluso equivocadas) que son respuesta, no que repiten un patrón o receta preestablecido.
Cuando hablo de la hospitalidad de la escucha, éste es el punto de partida. Un vínculo momentáneo entre quien habla y el público interlocutor.
Es curioso hablar del oficio partiendo de una foto. Con una “prueba documental” que otras personas pueden mirar para comprobar lo que afirmo o darle otro significado. Un instante detenido de un oficio que es puro devenir. Un objeto que muestra (que lo intenta, que realmente no puede mostrar) algo que no se ve.
Es tan frágil lo que hacemos, está tan escondido, es tan tiempo que pasa, relación, que no lo puede atrapar la foto. Ni siquiera una grabación. La grabación, incluso una audiovisual, guarda el cuento, pero no lo que sucede. Es solo una huella de lo que pasó. Un rastro de nuestra escritura en el aire.
La huella de un acercamiento.
Lo que hacemos está hecho de lo que somos: tiempo que pasa, cuerpos que se mueven, se acercan, se tocan, se alejan.   

domingo, 8 de mayo de 2011

Sobre la hospitalidad de la escucha

Vuelvo a encontrarme con reflexiones sobre la hospitalidad que no me remiten al mundo de los buenos sentimientos sino a mi oficio de contadora de historias. Trasteando en el ordenador entré en una página donde había traducciones de textos de Jasques Derrida, un filósofo que no he leído -y que desde hoy tengo como tarea-, y apareció la hospitalidad cuando se refería a Lévinas (otro filósofo, otra tarea. Cómo se acumula el trabajo):
"el lenguaje, es decir, la referencia al otro, es en esencia amistad y hospitalidad"
y más adelante:
"Desde el momento en que estoy en relación con el rostro del otro, en que hablo al otro y en que escucho al otro, la dimensión del respeto está abierta. Después resulta preciso, naturalmente, hacer que la ética esté en consonancia con esa situación y que resista todas las violencias que consisten en reprimir el rostro, en ignorar el rostro o en reducir el respeto."
Extraje estas frases en una lectura superficial, de estas que se hacen a vuelo de pájaro, y me han hecho pensar. Berger dice que los relatos ofrecen hospitalidad al oyente. Es verdad. Pero ¿qué me sucede cuando me pongo frente al público y tomo la palabra? Me he recordado contando, y he recordado que en los momentos de mayor placer, que son esos en los que la comunicación con el público es fluida, es un puro presente en el que navego, me he sentido acogida en la mirada del otro, en su escucha. Toco una puerta, y la puerta se abre, (o no). Si la puerta se abre y entro sucede, más allá de la historia que cuente, lo que para mí es la esencia del arte de contar. Creo que hay algo más. Cuando el otro abre su puerta también llama a la mía. Y yo tengo que abrirla a mi vez, tengo que responder a esa llamada. Estoy en relación con el rostro del otro, y el otro en relación con el mío, y en esa relación se mueve, claro, la historia que cuento, la excusa para que yo tome la palabra. Porque lo que da sentido a contar, es la hospitalidad de la escucha. Ser acogida por eso tan frágil y efímero que sucede (cuando sucede). Y que es mi responsabilidad mantener, y aun más, darle hondura.
Respetar la escucha del otro. No violentar la relación que se establece entre los rostros. Me parece hermoso que haya un componente ético en la escucha, en mi escucha, que se abre hacia quien me acoge. Sé que me siento viva cuando cuento historias. Y sé que la intensidad de esa sensación se la debo en gran medida a esta hospitalidad de la que trato de hablar, sobre la que me gustaría pensar más, porque sospecho que el secreto de nuestro oficio, de su pervivencia y su resistencia, está ahí, en la fragilidad y la belleza de la relación que se crea entre quien habla y quien escucha.  En la hospitalidad de la escucha.
            "Tomar la palabra: ¿cual es su sentido?
            Es el enunciado mismo. Es la escucha.”
                           Tahar ben Jelloun, Harruda

Magda