sábado, 20 de noviembre de 2010

Tiempos de Ruido



    “Saber estar quieto en el tiempo de uno, aun sin dejar de mirar en torno. Los pies quietos en el tiempo,    cada cual en el terreno de lo suyo, sin bailar, siéndole fiel, aunque la cabeza gire y de vueltas” Carmen Martín Gaite

Voy bajando por la calle Atocha envuelta en las tres o cuatro capas con las que me abrigo siempre que hay la más ligera amenaza de frío, pero también voy acalorada, porque el sol parece habérsenos instalado para rato en la ciudad, y de pronto…¡Suácate! Una hoja de otoño se descuelga y cae balanceándose sobre mí. Dorada como ha de venir el otoño, aspera de adios al verano. Cae como un saludito, como una reverencia. Así se me presentó el otoño fuera de los calendarios, hace ya un par de semanas.
¡Pero he comenzado hablando del tiempo! Vaya trampas tiene el pensamiento. Quizás es que simplemente tenía que decirlo. Eso de que a mí el otoño se me apareció en privado. Agradecida que es una.
Lo que pasa es que así, como hoja que cae, se me descolgó de algún árbol de palabras la expresión “tiempos de ruido”. Pero esta sí cae porque alguien le lanzó una piedrecita distraída…y ese fue  Nicolás Buenaventura.
La semana pasada fuimos a verlo (¡tiempo hacía que no nos veíamos) y a verlo contar a La Rochela. Como llegamos primerito que nadie, nos dio tiempo para una charlita de reencuentro previa a la función. Primero nos contamos un poco la vida como todos los amigos que se reencuentran. Y después Nico nos contó de su nuevo espectáculo, el que está cocinando. De las historias, de la forma, de la música o no música… “Es sobre el pensamiento” terminó diciendo mientras sonreía con una sonrisa que casi pedía disculpas y movía sus manos grandes como situándonos, como dibujando ya las historias en el aire. Después explicó “Es curioso, antes te mataban por lo que pensabas. Ahora está como devaluado. Ya nadie quiere pensar”.
Vaya. Me quedé muda. Pensando. Pensando que tenía razón aunque el “nadie” sea tan tremendo y ojalá que inexacto. Y es que vivimos en una época plagada de ruidos, como si siempre hubiera un televisor encendido que nos siguiera a todas partes. A todos, a cada uno de nosotros.
Pensar implica conversarte y hacerte caso, oírte, contarte cosas. Pero claro, también es “no hacer nada” en el sentido de que dedicarte a pensar, realmente implica concentrarte y parar. Detenerse. Apagar un rato la máquina de correr y ponerse a mirar por la ventana cómo los árboles del parque tienen hoy esos tonos dorados tan increíbles.
Haciendo una especie de zoom auditivo, recuerdo que mientras Nico contaba, en ese apartado tan apañadito que tiene La Rochela, venían sonidos del otro lado del local. Sonidos típicos de bar. Sonidos que retaban la voz del narrador y la atención del público: ruido.
Al principio fue inevitable escuchar las peripecias de los seres que comieron flores amarillas y los que comieron frutos rojos, con una banda sonora de fondo del bar, a pesar del delicioso instrumento musical que usaba Nicolás para hacer discutir a sus personajes y cuyo nombre jamás soy capaz de recordar; pero poquito a poquito, ese ruido “de allá” fue desapareciendo.
Nicolás nos llevó consigo a uno de sus particulares viajes poblados de esos paisajes puros, en los que distingues nítidamente los colores lustrosos de las frutas y los pájaros sobre los ocres de la tierra, los verdes de la selva y los azules del mar. Y una vez allí ya nada nos podía perturbar, salvo cuando él mismo nos depositara con cuidadito otra vez en esas mesas con nuestras caras de ¿y qué más? Y nos viera emerger torpemente, como de un sueño, de ese estado de tiempo detenido, de no-tiempo, con su sonrisota de placer.
Ese estado de no-tiempo, de pausa, que necesitamos para pensar. Ese no-tiempo está en las historias, en la escucha del relato, en la habilidad del narrador para llevarnos de la mano hacia el mundo que él o ella nos está pintando. Y esta noche he estado allí, en el no tiempo y en el mundo de Nicolás.
Salgo a la noche fría de Malasaña y camino. Camino hacia el metro con las imágenes todavía bailando en mi cabeza y recuerdo la conversación del principio que ha quedado resonando en mí: “Es sobre el pensamiento. Ya nadie quiere pensar”
Y me pongo a pensar que me gustaría contarle esto a alguien.

Marissa



miércoles, 20 de octubre de 2010

Lejos


Ya se ha publicado Lejos. Editan Anaya y Ediciones Autor. El martes 26 de octubre se presenta en sociedad en Valencia, dentro de la feria de teatro para niños y niñas Contaria. Las ilustraciones son de Ignasi Blanch. Es muy curioso ver cómo otra persona imagina los personajes que hasta ese momento sólo existían en mi imaginación. Nunca se parecen, es lógico, haría falta ser telépata para eso. Pero por ahora, en mi cortísima experiencia como autora, siempre ha habido maravillosas coincidencias, o increíbles hallazgos. Por ejemplo, en Berta, con ilustraciones de Ximena Maier, la imagen de la niña protagonista haciendo pis sobre el water me encanta. Y me consta que por lo menos a una niña que conozco, también. Su madre ya la ha sorprendido varias veces en la postura en cuestión. En Paloluz, ilustrado por Alekos, fue la imagen de Tim y Aristóteles en el mar. Para mí, tiene algo de vitral. La imagen de los niños tumbados en la hierba es la que reseño de Lejos. Es muy sencilla, pero me parece expresiva. La completo mentalmente, los hago hablar y de repente voy poco a poco al escenario, donde me gustaría ver a mis personajes moverse y sentir, escuchar sus voces, algún día.
Magda

lunes, 4 de octubre de 2010


Ha comenzado la temporada. Trajines, viajes, trabajo, amigos y amigas, cañas, conversaciones acerca del oficio, de todo habrá, como en botica. Estoy en Zaragoza trabajando con Marian y Ruth, de la PAI, y con Cristina Verbena. Estrenarán en el Pilar, el 15 y el 16 de octubre, un espectáculo infantil de cuentería y teatro, "Noticias de la Isla". Yo dirijo. Hace unos días, el 24 de septiembre, en la Noche de los Investigadores, Marina Sanfilippo y Alessandra Rombolá, con la complicidad y la presencia de Domingo González, Guillermo San Miguel y Cristina Mirinda presentaron " Antonio Meucci: El cable del destino". Yo también dirigí. De camino a Zaragoza, en el tren, ponían "Nine". En ella, la maravillosa Judi Dench dice en algún momento "Dirigir está sobrevalorado. Sólo tienes que decir sí o no". Casualmente, leo en estos días la entrevista de Mercedes Carrión, narradora oral y maga, a Dahd Sfeir, una enorme actriz de teatro que también narra, publicada en Primer Acto. Dahd Sfeir afirma que no hace falta dirección en los espectáculos de narración oral si el artista es lo suficientemente experimentado. Y tiene razón. Yo no estoy trabajando con profesionales nuevas en el oficio, entonces ¿qué estoy haciendo? Las dos divas parecen decirme "A ver, Magda, ¿qué estas haciendo?" En estos días, cuando amigos y amigas me preguntaban eso mismo, yo contestaba "Soy dama de compañía". Me costaba trabajo decir que estaba dirigiendo.
Creo que cuando se dirige un espectáculo de narración oral básicamente haces eso: acompañar. Acompañas en el proceso, lo facilitas, ayudas en el parto. Si, como es el caso, en los dos espectáculos se mezclan otras artes escénicas, el acompañamiento también incluye ordenar un poquito las cosas, "dirigir el tráfico". Qué significa acompañar es algo en cada caso diferente, y que a menudo se descubre haciendo. En el María Moliner encuentro esto: Es una de las distintas palabras derivadas del latín vulgar "companio, -onis" y "compania" , los cuales proceden de "panis, -nis", PAN, con el significado de comer pan juntos. Encuentro también dos acepciones que me gustan: Compartir. Tomar parte. Participar en un sentimiento o alegría de otro; y Tocar para que un cantante o solista ejecuten su parte. Cualquiera de estas definiciones me hacen pensar: comer el pan juntos y participar en la alegría de otro me lleva a imágenes de fiesta y celebración, de cena en mesa grande, bien conversada, con buena comida, buena bebida, buenos amigos. Pienso que esto es una bonita manera de ver una función de cuentos. Me viene a la cabeza un espectáculo de Teatro delle Ariette, "Teatro da Mangiare?" en el que los actores nos daban de comer alimentos que habían cultivado y cocinado. Hubo en esa función encuentro y celebración, dos cosas hermosas. Ir al encuentro del público, de una historia. Celebrar, participar en un ritual o una fiesta, jugar juntos, salir del tiempo cotidiano, entrar en otro, un tiempo sin tiempo. ¿Se podrá ver así también no sólo un espectáculo sino su preparación?
En estos días, tanto en "Antonio Meucci: El cable del destino" como en "Noticias de la Isla", he estado tocando mi parte para que mis solistas puedan ejecutar la suya. Y me gustaría creer que en medio del esfuerzo, del trabajo, hemos compartido pan y alegría. Tendré que pensar más en todo esto, en lo que significa dirigir, ese oficio sobrevalorado, y en lo que significa ser una buena dama de compañía.
Magda

lunes, 8 de marzo de 2010

La hospitalidad del relato

Leí hace poco, en enero, un libro de conversaciones con Kapuscinski que se llama "Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo". Kapuscinski hubiera cumplido años el pasado 4 de marzo. No sé por qué me conmueve este dato. (¿Porque yo nací el 2 y algún día también moriré?) En el libro hay una conversación con John Berger muy interesante y bella. Los dos hablan de narrar, de lo que es, de lo que significa. Apunto un fragmento de la conversación en el que habla John Berger. Aquí está:

"¿Por qué relatamos historias? ¿Para pasar el rato? A veces. ¿Para informar? ¿Para decir algo que no ha sido dicho todavía? Sí, a veces, sólo para ganarnos el pan de cada día o para hacer que la gente entienda lo afortunada que es, dado que hoy la mayor parte de los relatos son trágicos. A veces parece que el relato tenga una voluntad propia, la voluntad de ser repetido, de encontrar un oído, un compañero. Como los camellos cruzan el desierto, así los relatos cruzan la soledad de la vida, ofreciendo hospitalidad al oyente, o buscándola. Lo contrario de un relato no es el silencio o la meditación, sino el olvido. Siempre, siempre, desde el principio, la vida ha jugado con el absurdo. Y dado que el absurdo es el dueño de la baraja y del casino, la vida no puede hacer otra cosa que perder. Y, sin embargo, el hombre lleva a cabo acciones, a menudo valientes. Entre las menos valientes, y no obstante, eficaces, está el acto de narrar. Estos actos desafían el absurdo y lo absurdo. ¿En qué consiste el acto de narrar? Me parece que es una permanente acción en la retaguardia contra la permanente victoria de la vulgaridad y de la estupidez. Los relatos son una declaración permanente de quien vive en un mundo sordo. Y esto no cambia. Siempre ha sido así. Pero hay otra cosa que no cambia, y es el hecho de que, de vez en cuando ocurren milagros. Y nosotros conocemos los milagros gracias a los relatos."

Hay, desde luego, más fragmentos que transcribir. Escojo este porque me gusta la imagen de los relatos como camellos cruzando el desierto. Me gusta como respuesta al por qué cuento historias que los relatos crucen la vida ofreciendo, buscando, hospitalidad. Leo hospitalidad y me aparecen otras palabras como cobijo o amparo, y pienso que tiene razón. Los relatos nos cobijan en nuestro desamparo frente al absurdo. Un cobijo momentáneo, frágil, pero cálido y confortador. Nos ofrecen esperanza cuando nos dan cuenta de los milagros que a veces ocurren. Me gusta pensar que cuando cuento desafío el absurdo, (yo, que no soy nada valiente) aunque él tenga la victoria final. Que cuando cuento me rebelo contra la estupidez y la vulgaridad, o que es mi obligación hacerlo. Que lucho contra el olvido, aunque sepa que él tiene la última palabra. Y, sobre todo, que soy responsable de ofrecer la hospitalidad del relato. De todas las cosas para las que puede servir mi oficio, esta es la que me parece mejor. Ofrecer hospitalidad frente al absurdo de la vida.

Magda