sábado, 12 de marzo de 2011

Acerca de decir y callar

“Al principio, Krebs, no quería hablar de la guerra. Luego sintió la necesidad de hablar, pero nadie quería escucharle. Aquel pueblo había oído demasiados relatos de atrocidades para que los hechos reales lo emocionaran. Krebs descubrió que para que le hicieran caso tenía que mentir, y después de haberlo hecho un par de veces él también tuvo una reacción en contra de la guerra y en contra de hablar de ella.”
De La patria del soldado, en Cuentos, de Ernest Hemingway, Editorial Lumen, Barcelona, 2007

Impulsada por el magnífico ensayo de Piglia, Formas breves, que por sí solo merece un largo comentario, leí a Hemingway. Recordé luego una reseña aparecida en El País acerca de la publicación en DVD de dos películas basadas en su relato Los asesinos. Las películas son Forajidos, de Robert Siodmack y Código del hampa de Don Siegel. De Forajidos recuerdo la mirada triste, resignada, de un bellísimo Burt Lancaster y un impresionante primer plano de Ava Gardner. Los dos tan jóvenes y bellos que quitaban el hipo. Las dos películas completan el cuento, y lo hacen de manera diferente, desde diferentes puntos de vista. Al leer Los asesinos entendí por qué es un relato fértil: se hace cargo del misterio. Deja sin contestar la pregunta fundamental. La plantea, nos la plantea, y deja hablar al silencio. Hemingway es un maestro de la elipsis. Hace que el lector sepa que los personajes no están hablando de lo que realmente quieren hablar, o de lo que deberían hacerlo. Piglia explica la teoría del iceberg de Hemingway “lo más importante nunca se cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión”. Y añade más adelante que usa con tal maestría la elipsis que en un cuento suyo “logra que se note la ausencia del otro relato”. Lograr que se note una ausencia sin hablar de ella. Comprobé esta afirmación impresionante leyendo El gran río Two-Hearted. La corriente subterránea de lo no dicho se siente, incluso te arrastra. El silencio te arrastra y sientes su fuerza mientras navegas con aparente placidez por la superficie. Todo esto me viene a la memoria después de haber incurrido en dos ocasiones bastante próximas en lo contrario: contar demasiado. Es una cuestión de oficio que no se note. Pero es una reflexión acerca de principios darle vueltas a esto del misterio y del silencio. Darle vueltas a lo que se calla y lo que se habla en una historia. Lo que plantea Piglia me viene bien para pensar en ello y asumirlo como una condición del relato, más allá incluso de cuestiones de estilo.
¿Para qué contar? Entre otras cosas, para hacer aparecer lo oculto, lo que no se ve. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo hacer que nos asomemos a eso que late bajo las apariencias? Tarea enorme esta de acercarnos al misterio. Y de eso se trata. De acercarnos al misterio, porque aunque vivimos en él, no nos damos cuenta.

Magda